Estamos
por aquí, llegando a la cala, Gustavo, su hijo Alberto, Adrián, Pilar y yo,
Rafael. La vista es maravillosa y no digamos el mar; color verde esmeralda. Dan
ganas de pegarse un chapuzón, cosa que haremos más tarde. Por lo pronto
bordeamos la zona de escalada y nos sorprende la cantidad de gaviotas que
pululan por aquí. Observamos el fallecimiento de unas cuantas y de crías. Los
cormoranes están a la vigía a ras del risco.
Al poco estamos frente a la cavidad
abierta al mar. Desde arriba podemos observar las inmensas columnas que dominan
el entorno, con su color verdoso. Ahí abajo, hay una pareja que se ha adentrado
gracias a la piragua como medio de transporte. Estamos ansiosos por bajar.
Montamos la cuerda y una tras otro descendemos los 11 metros hasta el mar.
La vista es impresionante; una enorme sala de aproximadamente 50 x 40 m y 10 m de altura. Plagada de
columnas de todos los tamaños, enormes bloques desperdigados, restos de
formaciones por todo el lar. Por la derecha, un paso subacuático hasta el
interior. Por la izquierda, pasando por una cortina de columnas, encontramos un
lago, en su extremo opuesto el rugido del mar nos llama la atención, es otro
acceso a la gruta. Dependiendo de la época del año, el suelo se inunda
completamente, hoy apenas encontramos charcos repartidos. En ellos gambas y
cangrejos coloridos son la nota destacable.
Nos tomamos nuestro tiempo
fotografiando y haciendo la topografía. Es hora de regresar. El ascender por la
cuerda es muy gracioso, ver a Alberto por primera vez utilizar el material de
progresión. Es un chaval muy despierto y simpático, por lo que nos reímos
mucho. Quiere ir a la cala y nadar, lo mismo que Adrián. Pues eso hacemos. No
hay mucha gente afortunadamente. algunos escaladores y algún playista.
Ya es hora de volver a casa, se nos
han hecho las 19h, y no nos lo parece, el día a pasado volando. Eso es buena
señal.
Fotos: Rafael Minguillón y Gustavo Expósito
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